EL TARJETAZO EN EL PERÚ
- loboestepario0
- 1 jun 2021
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 4 jun 2021
“El favoritismo nos grava más pesadamente
que muchos millones de deuda”
Edmund Burke
“Este no es el gobierno como otros del tarjetazo …” espetó el ciudadano Vizcarra, cuando ejercía como presidente, en una de sus habituales conferencias de medio día (https://www.facebook.com/watch/?v=259020781973218). Inmediatamente me vino a la memoria etapas de nuestra historia de ingrata recordación, mientras transitaba de la niñez a la adolescencia, en las postrimerías del gobierno militar de los 70 del siglo pasado, la desocupación alcanzaba niveles desesperantes, el empleador principal era el estado pues todas las grandes empresas estaban nacionalizadas, las empresas privadas eran escasas y pequeñas, no había grandes inversiones privadas porque la expropiación las ahuyentaba. Por lo que encontrar un empleo era toda una proeza, se conocía que los que lo conseguían, se ufanaban de haberlo hecho a través de su influencia y buena relación, por recomendación de alguien con poder en la administración pública. Los “entendidos” aconsejaban, buscarse un buen padrino, y todo el mundo en sus conversaciones sobre cómo conseguir trabajo decían que hay que tener “buena vara” para lograr un empleo.
Acorralado, por la convulsión social, con protestas y huelgas secuenciales, el gobierno militar dirigido en ese entonces por Morales Bermúdez, convocó a una asamblea constituyente, de donde nació la Constitución de 1979, que recogía y mantenía el régimen económico del “Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada”, tan mentada y añorada hasta la actualidad por muchos, y luego convocó a elecciones generales, las que se efectuaron en 1980. Gano Fernando Belaunde Terry, su oferta electoral fue dar un millón de puestos de trabajo, al día siguiente de los resultados, los locales partidarios de Acción Popular estaban atiborrados de gente y en las afueras habían cuadras de filas con gente que quería inscribirse en el partido para asegurarse un puesto de trabajo en el estado, pues solo accedían los que tenían carnet partidario, de esta manera Belaunde (si, el mismo “paladín de la democracia”) con Acción Popular convirtió al estado en una agencia de empleo y propició uno de los más descarados estilos de clientelismo político. Todas las empresas del estado recibieron una cuota de trabajadores, entre amigos, correligionarios, “ahijados”, y los que compraron su puesto de trabajo. ¿Qué pasó? ¿Habían crecido y expandido su producción las empresas? Nada de eso, era, la demagogia del gobernante con máscara de “emoción social”, buscando el aplauso fácil y la popularidad, sabiendo que a él no le costaba, sino al pueblo, a quien decía beneficiar, aquí sería bueno recordar lo que dijo, Margaret Thatcher: “Si el Estado quiere gastar más, solo lo puede hacer pidiendo prestado de tus ahorros o cobrándote más impuestos. No es bueno pensar que algún día vendrá otro a pagar. Ese otro eres tú. No existe tal cosa como el dinero público. Solo existe el dinero de los contribuyentes".
Luego en 1985 el APRA con Alan García hizo lo mismo que Belaunde y algunos estiman que más, pero desde la época del gobierno militar las autoridades civiles, militares y funcionarios de todos los niveles de la administración pública y también los congresistas (seguro que con honrosas excepciones), una de las primeras cosas que hacían al acceder a su puesto privilegiado era confeccionar su stock de tarjetas personal, de presentación, la que se usaba especialmente para recomendar u ordenar un puesto de trabajo para algún afortunado que por lo general era un familiar, un ahijado, un partidario o alguien a quien se le devolvía un favor político, cuando no era a cambio de una coima, a esta práctica de usar la tarjeta personal para recomendar u ordenar que se le de trabajo al portador de tal tarjeta, el ingenio popular lo bautizó como “el tarjetazo”.
En esa época conseguir trabajo era un logro muy importante, pues había asegurado su futuro, con una estabilidad laboral absoluta, pasado el tiempo llegaría el día de su jubilación. Nunca más cierto resulto el dicho “el que no tiene padrino no se bautiza”. Los profesionales más talentosos, migraban al exterior, unos porque no tenían padrino (porque el que tenía de todas maneras le creaban un puesto de trabajo aunque sea artificioso) y otros porque preferían abrirse un futuro de sacrificio (muchos cuentan que lavaban platos, otros fregaban baños, la hacían de jardineros, mandaderos, etc, etc), antes de pasar por la ignominia de buscarse un padrino o coimear por un puesto de trabajo. Este éxodo de muchos profesionales calificados se denominó “fuga de talentos”. Muchos de los profesionales que no migraron, se emplearon de taxistas, así el Perú por obra y gracia de los gobiernos de turno se convirtió en el país con el servicio de taxi más culto, comentaba irónicamente el “populorum”. Este comportamiento corrupto, con el que se sentían muy cómodos políticos y funcionarios que usufructuaban del poder, y que la gente murmuraba en voz baja, pero que era de público conocimiento, lo perennizó el FREDEMO en el siguiente “spot del mono” de la campaña presidencial de Mario Vargas: https://www.youtube.com/watch?time_continue=37&v=dNawLtBc4H0&feature=emb_logo.
Fue un decenio de zozobra, con terrorismo, hiperinflación, devaluación, pobreza, deuda externa impagable, se decía que “cada peruano que nace no trae un pan bajo el brazo, sino una deuda de dos mil dólares”. La pobreza arreciaba, la desocupación alcazaba récords históricos. Al respecto Susan George escribe: “Perú ofrece una de las historias más tristes que jamás yo he oído respecto de la alimentación. Una de ellas se refiere a un plato ofrecido en la trastienda de algunos restaurantes de Lima. Los pobres lo compran cuando pueden pagarlo. Se llama “siete sabores” y está elaborado con todos los restos y desperdicios de los demás platos que constituyen el resto del menú. También existe la nicovita un alimento a base de harina de pescado, para engordar pollos” (“La trampa de la deuda: Tercer Mundo y dependencia” pág 188. Edit Lepala. Madrid Enero 1990).
En estas condiciones, en 1990, asume la presidencia el ingeniero Alberto Fujimori, esa es la democracia que encontró. El clamor popular era grande sobre todo de los que no tenían parte del festín estatal. La práctica del tarjetazo fue bajando, hasta desaparecer, en parte, porque “el dedo estaba puesto sobre la llaga”, con un presidente que confrontaba a los “políticos tradicionales”, de su uso, en desmedro del pueblo, que heridos en su vanidad y orgullo se la juraron; en parte porque el estado dejo de ser agencia de empleo y por el contrario despidió el personal excesivo y promovió la inversión privada promotora de empleo y además se dio la Ley Nº 26771 contra el nepotismo donde, se estableció la prohibición de ejercer la facultad de nombramiento y contratación de personal en el Sector Público en casos de parentesco hasta un cuarto grado de consanguinidad, segundo de afinidad y por razón de matrimonio. Y otras normas contra el tráfico
de influencias.
Dígase de paso que un sector del anti fujimorismo, tiene su génesis en lo que acabo de narrar. Si bien es cierto que la tarjeta personal desapareció, en los 90s como medio de otorgar y recibir favores y prebendas, sin embargo el tráfico de influencias y el favoritismo familiar, político o de otra índole no ha desaparecido, sino que a cambio de la tarjeta se recurre a otros medios más sutiles, aunque a veces no tanto, como se demuestra en las denuncias que de vez en cuando propalan algunos programas políticos dominicales y otros medios de comunicación, (https://www.expreso.com.pe/destacado-portada/los-cunados-de-vizcarra/) sobre todo los críticos al gobierno de turno.

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